Una imagen vale más que mil palabras, dicen. Una imagen contemplada a menudo y que acompaña cotidianamente la vida, puede convertirse en un símbolo de unión con realidades profundas que nos conmueven, que nos afectan y que, en definitiva, resultan decisivas a la hora de entendernos y de orientar nuestros afectos y nuestras acciones. No os extrañéis, pues, del tema que os traigo en esta ocasión. Sé que algunos lo encontrarán irrelevante o pasado de moda; pero para otros muchos, se trata de un asunto que suscita curiosidad e interés.
El Estatuto General 13 dice que el hábito tradicional de la Congregación lleva el emblema de los Sagrados Corazones bordado en blanco sobre el escapulario. Muchos hermanos, y también algunos capítulos provinciales, me han preguntado cuál es ese emblema del que habla el Estatuto. Este tema también dio mucho que hablar el día que fuimos a la audiencia con el papa durante el capítulo general del año pasado, ya que los hábitos exhibían muy distintos modelos de emblema en los escapularios. ¿Cuál es el “de verdad”? ¿Qué podemos decir de este asunto?
Logo y emblema
Comencemos por una pequeña distinción de conceptos.
Un emblema es una imagen que contiene ciertos elementos significativos que, en su conjunto, constituyen un símbolo. Para que la imagen sea propiamente un emblema, tiene que reunir todos sus elementos significativos propios.
Un logo, sin embargo, es una representación gráfica estilizada, que, tomando algunos elementos del emblema, constituye una imagen de fácil identificación para todo tipo de objetos: ropa, documentos escritos, carteles, páginas web, utensilios de escritorio, etc. El creador de un logo tiene mucho margen de libertad creativa. Su objetivo es conseguir una imagen sencilla y atractiva. Como bien sabemos, en la Congregación se usan infinidad de logos de los SSCC:
El emblema es una imagen más compleja. Podrá tener diversas representaciones artísticas, pero su estructura está más definida que la del logo. Generalmente, los objetos que componen el emblema se representan de manera realista, mientras que en el caso del logo las formas suelen ser más bien estilizadas, abstractas y puramente alusivas a la realidad representada. El secreto del emblema radica en el misterio al que se refiere.
Veamos a continuación cuáles son los elementos imprescindibles que no deben faltar para que una imagen pueda ser considerada propiamente emblema de la Congregación.
Los elementos del emblema de los Sagrados Corazones
A partir de las representaciones del emblema de los Sagrados Corazones que nos llegan desde los tiempos de los fundadores, podemos identificar los siguientes elementos:
1. La corona de espinas: “Trenzaron una corona de espinas y se la ciñeron a la cabeza” (Mt 27,29). La corona, tradicionalmente compuesta por tres ramas trenzadas de espinas, enmarca toda la imagen (como círculo o como óvalo) y también rodea el corazón de Jesús. Es la corona de un rey cuyo reino no es de este mundo y que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida por la multitud. Es la corona del Siervo sufriente que soporta las burlas y la tortura.
2. Los dos corazones unidos, los corazones de Jesús y de María: “Vieron al niño con María, su madre” (Mt 2,11); “junto a la cruz de Jesús estaba su madre” (Jn 19,25). Son corazones de carne. Las vísceras nos hablan de la encarnación, de cómo Dios toma nuestra carne, nace de mujer, se hace hermano nuestro. Pero el corazón se entiende en sentido bíblico, como el centro espiritual de la persona de donde surgen el amor, la bondad y la misericordia. No es un corazón solo sino dos, ya que lo que ocurre entre Jesús y su madre realiza y manifiesta la obra redentora de Dios, a la que María ha sido asociada de modo singular.
3. El fuego: “He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!” (Lc 12,49). El fuego expresa el deseo de Jesús, deseo del Reino de Dios, deseo de transformarlo todo a través del amor. El fuego está sobre los dos corazones, ya que María también participa de ese fuego por su fe y su discipulado; ella, que conservaba todas esas cosas en su corazón.
4. La cruz sobre el corazón de Jesús. “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). La cruz identifica a Jesús y a los cristianos. La cruz es el árbol de la vida en el que el grano de trigo muere para ser fecundo. Es la cumbre del conflicto y del rechazo, como también lugar de redención, de perdón, de amor. Como decía el Buen Padre, en la Congregación seremos siempre “hijos de la cruz”.
5. La herida en el corazón de Jesús: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37). La herida provocada por la lanza del soldado en el costado de Jesús crucificado es la fuente de la gracia y de la vida, según la interpretación de los Padres de la Iglesia. Por ella accedemos al corazón de Jesús, como nos dice la tradición mística que arranca desde el medioevo. Ese corazón que tanto ha amado, es un corazón herido.
6. La espada atravesando el corazón de María: “A ti misma una espada te traspasará el alma” (Lc 2,35). María vive con el corazón atravesado por la palabra de Dios, por el conflicto generado por su hijo, y por el dolor del rechazo y de la Pasión.
7. La corona de flores en torno al corazón de María. “Como rosa entre espinas…” (Ct 2,2). La guirnalda de flores se refiere tradicionalmente a la oración del rosario, donde la invocación a María va recorriendo los distintos misterios de la vida de Cristo, todas sus “edades”. Se expresa así, una vez más, la unión de María y Jesús en la obra de la redención.
Todos estos elementos se funden como en una sinfonía para producir en nosotros un único impacto evangélico. El emblema nos envuelve en un resplandor de Pascua, ya que las evocaciones de la Pasión manifiestan al mismo tiempo la vida de unos corazones palpitantes y la fuerza de un amor que vence a la muerte. El símbolo no se deja reducir a unas explicaciones conceptuales, sino que nos trabaja desde el interior sirviendo de vía de unión con el misterio del amor de Dios. Cada uno verá qué significa eso en su vida y hasta dónde ese misterio le puede llevar.
Los “logos” tienen menos fuerza evocadora porque utilizan solo algunos elementos del emblema. Frecuentemente eliminan la corona de espinas y la espada, y colocan el fuego en forma de llama suave solo en el corazón de María, retirándolo del de Jesús. Los logos pueden estar bien logrados y resultar hermosos, pero no son lo mismo que el emblema.
¿Etiqueta de identificación o flecha indicadora?
Podemos interesarnos en el emblema para usarlo como etiqueta de identificación de nuestra Congregación. Nos servirá entonces para decir: “¡aquí estamos!, somos los SSCC, no nos confundan con otros”. No está mal tener signos externos de identidad. Es reconfortante saberse miembro de un grupo que sabe definirse a sí mismo. Nosotros mismos, en la Casa General, pusimos no hace mucho en la fachada un gran emblema que indicase que allá está una casa de la Congregación. Me gusta.
Sin embargo, lo más importante de nuestro emblema es que pueda servirnos de flecha indicadora, es decir, no tanto una señal que apunte hacia nosotros mismos para decir quiénes somos, sino una flecha que nos muestre hacia dónde nos lleva el amor manifestado en los Sagrados Corazones. El emblema es una invitación a seguir a Jesús, a hacer nuestras las actitudes, opciones y tareas que le llevaron al extremo de tener su corazón traspasado en la cruz (Constituciones 3). Es, en definitiva, una pregunta que abre un camino en el que adentrarse.
¿Qué ocurre en nuestra vida cuando nuestro Maestro y Señor es un rey coronado de espinas? ¿Con qué amor amaré a los demás cuando veo que el amor de Dios se encarna y se toma en serio la realidad sufriente de las personas? ¿Hasta dónde llegará mi entrega y mi generosidad cuando veo esos corazones ardiendo? ¿Con qué actitud enfrentaré las dificultades y las heridas que me duelen, si veo el corazón de María atravesado por la espada? ¿A qué tareas de reconciliación y justicia me arrastrará esa cruz plantada en el corazón de Jesús? ¿Qué estímulo y qué consuelo llevaré a los desamparados a partir de la herida del costado de Cristo?...
No nos interesa tanto ponernos una etiqueta para mostrarnos a los demás, como dejarnos guiar hacia donde nos indique el amor herido y ardiente de Dios. Está bien bordar en el escapulario un buen emblema de los SSCC; está aún mejor grabarlo a fuego en nuestra propia vida.
¿Qué tenemos que hacer, Señor?... Contemplemos el emblema de los SSCC, y hallaremos luz y fuerzas para encontrar cada día la respuesta.
Javier Álvarez-Ossorio, Superior General