El 28 de mayo, a las 10.15, ha fallecido en la casa provincial, en Santiago, el querido padre Juan Vicente González ss.cc., a la edad de 93 años. Hace tiempo estaba muy debilitado de salud a causa de sus años. La eucaristía de su funeral se realizará mañana sábado 29, a las 14.30, en la Parroquia de La Anunciación (Av. Pedro de Valdivia 1850), luego de lo cual será sepultado en el Cementerio Católico. Hoy viernes se celebrará una eucaristía a las 20.00 hrs., en la misma Parroquia.
†P. Juan Vicente González Carrera
28 agosto 1917 – 28 de mayo de 2010
Juan Vicente nació en Santiago, el 28 de agosto de 1917. Sus padres fueron Juan Vicente González Mira († 20 diciembre 1974) y Mercedes Carrera Benavente († 20 junio 1970). Es el mayor de una familia de 11 hermanos; dos de sus hermanas son religiosas. Fue bautizado en la Parroquia de San Saturnino, el 29 de agosto de 1917; recibió su confirmación en el Colegio de los SS.CC.
Efectuó sus estudios básicos y medios en el Colegio de los Sagrados Corazones de Santiago (Alameda), donde ingresó en 1927 y egresó de sexto año de humanidades a fines de 1935. Ingresó al Escolasticado de los SS.CC. en Los Perales el 11 de febrero de 1936, para iniciar el breve postulantado de aquellos años. El 22 de marzo de 1936 inició su noviciado, que vivió en Los Perales junto, entre otros, a Beltrán Villegas, René Vío y Benito Rodríguez. En los inicios de su formación tomó el nombre religioso de «Agustín», el que posteriormente no usó. Su primera profesión religiosa la efectuó en Valparaíso el 27 de marzo de 1937, cuando se celebraba el aniversario de los cien años de la muerte de nuestro Fundador, el P. Coudrin. Entre los años 1937 y 1942, realizó sus estudios eclesiásticos en Los Perales, entre los años 1937 y 1942, profesando perpetuamente el 14 de abril de 1940. El 19 de septiembre de 1942 recibió la ordenación presbiteral en Valparaíso, de manos de Mons. Rafael Lira Infante.
En su primera destinación apostólica, a inicios de 1943, fue enviado a Valparaíso, como profesor del Colegio de los SS.CC., donde permaneció por dos años. De 1945 a 1947, trabajó en el Colegio de los SS.CC. de Concepción. A inicios de 1948 volvió a Los Perales, como profesor del Escolasticado y consejero de la casa, servicio en el que permaneció dos años. En 1950 fue trasladado a Viña del Mar como consejero de la comunidad y profesor del Colegio de los SS.CC. En noviembre de 1950 se elaboró el proyecto para las Comunidades Seculares de los Sagrados Corazones; fundándose la primera de ellas en enero de 1951. El 1 de enero de 1957 fue nombrado superior de la comunidad de Viña del Mar y rector del Colegio; ambas funciones las ejerció por un trienio. A inicios de 1960 fue trasladado a Valparaíso como profesor del Colegio; y allí mismo, en 1961, asumió como director local de las «Comunidades Seglares de los SS.CC.».
Estando en Valparaíso, fue elegido delegado de la Provincia para el Capítulo General de 1964, celebrado en Roma. Allí fue elegido consejero general por el período 1964 a 1970, residiendo durante esos años en la casa general, situada en Via Aurelia Antica. Durante este tiempo desarrolló con más fuerza una búsqueda e interés que lo acompañó desde joven: el estudio de la historia y la espiritualidad de la Congregación, al ser nombrado miembro de la Comisión de la Regla de Vida y de la Comisión de Investigación Histórica. Cuando en el segundo semestre de 1970 dejó de ser consejero general, permaneció en Roma dedicado a estudiar la figura del Buen Padre y la espiritualidad de los primeros tiempos de la Congregación.
Después de su larga estadía en Roma, volvió a Chile en diciembre de 1978, integrándose en marzo de 1979 a la atención pastoral de la Parroquia de La Anunciación, en Santiago, como vicario parroquial. Siguió, asimismo, dictando cursos y retiros a muchos hermanos y hermanas de la Congregación a través del mundo, al menos hasta 1992.
En la Parroquia de La Anunciación permaneció activo hasta el 2003, año en que fue trasladado a la casa provincial. Mientras pudo, siguió asistiendo a la Parroquia, especialmente a la eucaristía dominical. Las limitaciones de salud se fueron acrecentando, hasta llevarlo en el último año a una extrema fragilidad. Falleció el 28 de mayo de 2010, debido a una insuficiencia cardíaca. Sus funerales se realizaron en la Parroquia de La Anunciación, el 29 de mayo, luego de lo cual fue sepultado en la cripta de la Congregación, en el Cementerio Católico de Santiago.
Un aspecto fundamental de la presencia de Juan Vicente entre nosotros, fue su amor a la Congregación, expresado de manera especial en el estudio de su historia y espiritualidad. Él estaba convencido del valor de la Congregación para la Iglesia, del don de Dios dado a los Fundadores para el servicio del pueblo de Dios. Consideraba esencial, por lo mismo, que la comunidad conociera y fuera consciente de su Carisma, no como una reliquia del pasado, sino como una fuente viva para inspirar su vida, sus decisiones y opciones. Conocer el Carisma era indispensable para que la comunidad viviera aquel proceso de “aggiornamento” pedido por el Concilio Vaticano II a toda la vida religiosa.
Fruto de esta dedicación al estudio de nuestra historia y carisma, publicó en 1978 el libro “El P. Coudrin, la M. Aymer y su Comunidad”. Más tarde, en 1990, publicó “Pedro Coudrin, Servidor del Amor”. Hay que recordar, asimismo, su importante participación en la elaboración de la Regla de Vida, publicada en 1970. Pero hay un fruto más fundamental todavía de este estudio, que fue el entusiasmo por nuestra espiritualidad y el cariño por nuestra Congregación que Juan Vicente nos ha legado. Juan Vicente ha sido “maestro de muchos de nosotros en el amor y el conocimiento de la Congregación”, ha dicho en un saludo nuestro superior general. “Ha sido un don de Dios a nuestra familia religiosa en un momento crucial de su historia”, ha dicho Bernard Couronne.
Juan Vicente logró en su vida un aspecto que no es nada fácil: aquello que estudió y que descubrió en las fuentes espirituales de la Congregación, lo encarnó en su vida, en sus actitudes. Por eso no es extraño la importancia que tuvo para él la persona de Jesús, con la mirada puesta en su Corazón. No es extraño tampoco su “celo por la acción de Dios en el mundo”. Él creía firmemente que Dios está obrando entre nosotros, que estamos en sus manos, porque “hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4, 7). No es extraño, asimismo, lo fundamental que era para él la comunidad y construir comunión.
Su celo ardiente por la acción de Dios, por su reinado, se transformó – tal como él lo descubrió en el Buen Padre y lo enseñó- en una opción por el hombre tal como Dios lo sueña. Por eso tuvo una especial sensibilidad para mirar la historia presente, compartir “los gozos y las tristezas de los hombres de nuestro tiempo”, y comprometerse desde su vocación religiosa y sacerdotal en la búsqueda de un mundo mejor y de una Iglesia más servidora. Esto lo manifestó especialmente en su cercanía y atención a las personas, celebrando el sacramento de la reconciliación, sirviendo como acompañante espiritual y visitando enfermos.
Todo esto que Juan Vicente vivió fue posible porque había en él un corazón alegre y bondadoso, abierto a la visita de Dios. En los últimos años, fue un enfermo alegre y afable, que recibía con una sonrisa acogedora a quien lo visitaba y mantenía un rico sentido del humor, que mostró durante toda su vida. Y fue un enfermo con un corazón creyente, siempre confiado en manos de Dios.
Damos gracias al Señor por este hermano y por todos aquellos que le regalaron amor, amistad y apoyo durante su vida. Especialmente por aquellos que lo acompañaron en los últimos años y que nos han dado testimonio del valor de la fidelidad en el amor de amistad.
Demos gracias al Señor porque Juan Vicente aprendió de su maestro Jesús a tener un corazón sencillo y humilde. Porque encontró en Él durante su vida descanso para sus fatigas y agobios, y porque hoy descansa unido al Señor en la casa del Buen Dios.
28/05/2010