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Homilía del Superior General en la Misa de Acción de Gracias (Francia)

Homilía del Superior General, Alberto Toutin sscc, el domingo 23 de abril, durante la Misa de Acción de Gracias por la beatificación de los Mártires de París, celebrada en la capilla de la Casa Madre en Picpus.

 

Homilía del domingo 23 de abril de 2023 (Picpus)

En la alegría de la Pascua, nos encontramos como Iglesia en fiesta y como familia: hermanas, hermanos y laicos. Mira, Señor, y míranos: es tu obra la que sigues sosteniendo. Hoy estamos aquí para darte gracias por la obra que has realizado en tus hijos, nuestros hermanos Ladislao, Frézal, Marcelino y Policarpo.

En las largas horas de soledad en la cárcel, meditaban tu Palabra en los Hechos de los Apóstoles. No les sorprendió ver que las primeras comunidades cristianas eran objeto de la admiración de muchos, tanto por su vida sencilla, su compartir y su solidaridad, como por el poder radiante de Jesús y de su Espíritu en medio de ellos. También fueron objeto de incomprensión por parte de otros, por parte de las autoridades religiosas, que no podían soportar la impactante noticia de que Aquel a quien habían condenado y visto morir en la cruz está vivo para siempre. Su muerte y resurrección fueron y son una prueba asombrosa de la pretensión sin precedentes de Jesús de revelarnos cuánto nos ama Dios, su Padre.

La comunidad de discípulos y apóstoles es testigo de esta cercanía de Dios en Jesús. Da testimonio de la presencia de Jesús por el modo en que viven juntos, en la celebración de la fe y en la atención a las necesidades de sus hermanos y hermanas, por el modo en que afrontan las tensiones internas, sin repliegues y con gran libertad de expresión. Y, sobre todo, en el modo en que aman y confiesan su fe, incluso en las circunstancias más adversas y soportando la violencia.

Este es el testimonio de Esteban, el protomártir de la Iglesia.  Aprendió del Señor que la vida sólo tiene sentido cuando se entrega por amor. Es el Señor resucitado quien ahora ama y sirve a través de sus discípulos. Ellos comparten su victoria. "Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios".

Es esta valiente decisión de amor la que transmuta desde dentro incluso la muerte violenta y la convierte en ofrenda de amor. "Señor, recibe mi espíritu y no tengas en cuenta su pecado".

Los violentos creen que pueden apoderarse de la vida de los demás e incluso destruirla. Pero no pueden llegar al corazón de los testigos de Jesús que, como Esteban y nuestros hermanos mártires de ayer y de hoy, mirando a los ojos a sus asesinos, los perdonan.  Y Dios sigue amando hasta el final a través de sus testigos.

"Pienso en el gran san Pablo, leyendo sus sufrimientos en los Hechos y en las Epístolas -escribe Ladislao al padre general Sylvain Bousquet, desde Mazas-: lo que yo sufro no es nada en comparación, es mucho para mí, porque soy débil. Repaso a tantos otros santos que son alabados por haber sufrido lo que yo sufro y, entonces, me pregunto por qué no he de encontrarme feliz con lo que ha hecho felices a los santos-. Las fiestas de cada día me siguen dando ánimos; ¿cómo no voy a quejarme cuando leo el Oficio de San Atanasio: -y hoy, 3 de mayo, ¿cómo no voy a alegrarme de cargar un poco con esa cruz cuyo triunfo se celebra?".

Su fe se forjó en el crisol de la prueba, pero también en la confianza de la oración. Pasara lo que pasara, se sabían sostenidos por las oraciones de sus compañeros de prisión y por las oraciones de sus hermanos, de sus hermanas, de sus familias e incluso de los niños del Catecismo: "Rezad y haced rezar por todos nosotros, no sólo por mí", exhortaba el padre Henri Planchat en su última carta al hermano Darny desde La Roquette.

Imaginemos por un momento a los prisioneros recitando cada uno en su rincón, pero en la comunión invisible y fuerte de la fe, las palabras del Salmo 15 :

"Se alegra mi corazón, se alegra mi alma,
mi carne misma descansa confiada:
no puedes abandonarme a la muerte
ni dejar que tu amigo vea la corrupción".

Cuando se enfrentan a la posibilidad de la muerte a causa de su fe en Jesús y de su servicio en la Iglesia, entonces las palabras y las promesas de Dios arraigan profundamente en ellos. Ven con los ojos de la esperanza que Dios no les abandonará. Apoyados unos en otros, en la generosidad de una red de laicos y en las oraciones de la Iglesia y de sus hermanos, nuestros hermanos tuvieron el valor de lanzarse confiadamente en el brazo de Dios.

El testimonio de nuestros mártires revela, de manera paradójica, la fuerza del amor de Dios en la debilidad. En efecto, la fe en Jesús no funciona como un pararrayos ante el sufrimiento, la calamidad o la violencia implacable. Pero es una fuerza que nos ayuda a afrontar esas situaciones, a atravesarlas con paciencia y a fundamentar nuestra existencia en lo más definitivo: el amor de Dios manifestado en Jesús. Esta es la certeza que san Pablo descubrió y nos transmite hoy. Nada nos separará del amor de Dios. Ni el peligro, ni la angustia, ni la espada, ni el hambre, ni la muerte, ni los poderes de lo alto, nada.  Si los violentos creen que pueden arrebatar la vida, hay algo más inerradicable y resistente, y es el amor de Dios manifestado en la forma en que Jesús nos ama.

"¿Cuándo terminará nuestro cautiverio? Pero he resuelto no quejarme más [...]" escribía Policarpo Tuffier a su primo Carlos desde Mazas a finales de abril y principios de mayo de 1871.- Como muy bien dices, Carlos, sólo Dios puede sacarnos de esto, sí, ciertamente, pero hagan lo que hagan, no podrán quitarles el amor y las bendiciones de Dios para con ellos. Así que roguémosle que venga en nuestra ayuda".

Jesús nos habla de la extraña fecundidad que existe en el grano de trigo que "sabe" morir. Es morir bien, pero para dar fruto en los demás; es descubrir que nada de lo que se da en tiempo, escucha, compromiso, servicio e incluso la propia vida, se pierde. En el fondo, es tener el valor de aceptar la invitación del Señor que confía en nosotros y nos invita a seguirle, y, al hacerlo, dejarle amar a través de nosotros, su cuerpo, su Iglesia, esta familia religiosa.

Nuestros hermanos mártires nos recuerdan la belleza de la fe a través de su vida y nos hacen ver que nuestra vida está ya escondida en Dios con Cristo, pues "donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará" (Jn 12, 26).

Alegrémonos, pues, con la Iglesia por el testimonio de nuestros hermanos y hermanas mártires, y que ellos intercedan por todos nosotros, por las iglesias de París, Mende, Saint Étienne, Sées, y por nuestra familia religiosa de los Sagrados Corazones, para que saboreemos la alegría de saber que ya estamos del lado de la victoria del Resucitado.

24/04/2023